Vivir la interioridad

¿Se puede tener integridad personal sin una clara conciencia de la propia interioridad? Parece que ello resulta difícil de conseguir si el individuo desconoce la riqueza de su tesoro más profundo. Acontece así porque en aquella dimensión es donde se gestiona no solo el mundo propio sino también el circundante. Allí se da la esencia de cada persona, lo que le distingue de cualquier otra realidad del mundo. Allí cada hombre se descubre a sí mismo, experimenta su humanidad particular y, a la vez, el reducto que le une a todos los hombres. Pero, sobre todo, allí se decide el destino definitivo de cada individuo: su encuentro personal con Dios, por el que se otorga al ser humano el cumplimiento último de su dicha.

Es en este ámbito en el que se concentra lo más significativo de la experiencia personal y el pensamiento de santa Teresa de Jesús (1515-1582), hasta el punto que uno de los rasgos esenciales de su espiritualidad lo constituye el encuentro con Dios “dentro de sí”, “en lo muy interior”, en el “hondón” o en el interior del hombre. Varias son las influencias que forjaron su nítida posición en este asunto.

Que Dios está dentro del hombre es algo que había aprendido directamente de las religiosas agustinas del prestigioso monasterio abulense de Nuestra Señora de la Gracia, con las que vivió casi año y medio como alumna interna. Del mismo modo, su espíritu había oído hablar repetidamente del Dios interior cuando, al ser la lectura uno de los auxilios habituales de su juventud, tuvo acceso a tratados espirituales que influyeron en su planteamiento, entre los que se encontraban los de san Jerónimo, Bernardino de Laredo, Kempis y, sobre todo, Francisco de Osuna y san Agustín.

Pero también asimiló aquel concepto gracias a la atenta escucha de la predicación de la Palabra de Dios y del asesoramiento espiritual de los acreditados consejeros eclesiásticos de que dispuso en su existencia, algunos de los cuales –como Francisco de Borja, Juan de la Cruz, Juan de Ávila, Juan de Ribera, Luis Bertrán y Pedro de Alcántara– alcanzaron también la gloria de la santidad.

Convencida de que lo verdaderamente importante del ser humano se fragua dentro de él, la religiosa abulense partió en sus escritos de la consideración de que nuestra alma –en cuanto imagen y semejanza de Dios– irradia la hermosura y dignidad de su Creador, motivo que la hace superior al universo entero. La comparó con un castillo de muy claro cristal, con innumerables fosos, murallas, pasadizos… Todos estos elementos están agrupados en círculos concéntricos alrededor del torreón central o morada más íntima, donde el hombre se encuentra lo más cerca posible de sí mismo y de Dios, que habita en su interior por estar grabado en sus entrañas (“no andes de aquí para allí –oyó que le dijo el Señor–, sino, si hallarme quisieres, a Mí buscarme has en ti”). Se trata de un recinto por explorar donde cada persona ha de descubrir a Cristo, realidad eterna que lo habita y que reverbera en el alma hasta recrear allí la imagen más fiel de Dios.

Pero, Teresa de Jesús no ignoró la torpeza del hombre para estimar semejante grandeza, pues “todo se [le] va en la grosería del engaste o cerca de este castillo [que es el cuerpo]”. Por ello, consideró que solo se sentiría plenamente gozoso el ser humano cuando, al llegar a lo más profundo de su interioridad espiritual, se produjera en grado eminente la gran revelación de lo Absoluto, el encuentro personal con el Dios vivo. Tal confluencia exige, sin embargo, un clima de recogimiento, silencioso crecimiento interior (“encerrarse en este cielo pequeño de nuestra alma”) y constante oración. Gracias a ésta es como se consigue el ordenamiento del alma a Dios y una actitud vital que debe acabar siempre en conocimiento del Ser Supremo y de uno mismo, pues “jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios”.

De esta forma, la Santa –abrazada a lo Infinito y por Él alentada– captó con su experiencia personal las potencialidades encerradas en nuestra interioridad y encontró en el oficio de intimidad con Dios el auténtico sentido de la vida y la dignidad humana.

4 respuestas a “Vivir la interioridad”

  1. Excelente artículo y muy cierto. La unidad de vida, tiene que ser la base y fundamento de nuestra vida.

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    1. Avatar de pedroparicioaucejo
      pedroparicioaucejo

      Muchas gracias, Roberto, por tu comentario. Un fuerte abrazo. PPA

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  2. Avatar de María Jesús Blázquez Nieto
    María Jesús Blázquez Nieto

    En esta época, en la que al ser humano le mueve, ante todo, la superficialidad y el culto al cuerpo, es de agradecer un artículo como este que nos invita a vivir nuestra interioridad para encontrarnos con nosotros mismos y así comprender mejor a los demás. Como bien dice el autor, la Santa de Ávila, que ha bebido de diversas fuentes y que escucha la palabra de otros santos coetáneos a ella, explica, por medio de símbolos, cómo adentrarnos en nuestro «castillo interior», para aquí disfrutar de nuestro pequeño cielo.

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    1. Avatar de pedroparicioaucejo
      pedroparicioaucejo

      Muchas gracias, María Jesús y Vicente, por vuestro comentario, que una vez más acierta en mi propósito personal. Un fuerte abrazo. PPA

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