La educación en la encrucijada

Vivamos en el rincón de Occidente que vivamos, con los matices propios de cada continente o país, no podemos dejar de ver la renuncia -de gradual a acabada, deliberada o implícita-, a la transmisión del saber.

Solo para ejemplificar, -aunque esto ya sea una circunstancia más, dentro de una capitulación estipulada marcadamente desde hace décadas pero iniciada los últimos tres siglos-; en mi país, tuvo resonancia durante los últimos días, la noticia de la supresión de la repitencia en la escuela secundaria, decisión tomada por las autoridades de la provincia más grande y decisiva, tanto electoral como económicamente. Pero más allá de la mala praxis de nuestros funcionarios, el problema no es solo local, responde a una “tragedia educativa” que abarca a Occidente en su conjunto. 

No es ajeno para ninguno de nosotros que, desde hace tiempo, se está consolidando un proyecto que pretende destruir un orden social basado en fundamentos humanos y cristianos. Ya no es posible mirar a otro lado por más tiempo. Occidente necesita recuperar los principios sobre los que se erigió, unión, referentes claros, talento, valentía. En definitiva, su alma. Porque están en juego los valores de nuestra sociedad: la vida, la verdad, la dignidad de la persona y la familia, la libertad, los fundamentos de nuestra civilización.

Nos encaminamos a una sociedad vulgarizada en la que nadie debe destacar demasiado (mediocridad), donde la verdad objetiva es suplantada por la opinión inconsistente de la mayoría. Es urgente una respuesta, porque no habrá alternativa para nosotros sin una alternativa educativa y cultural que contrarreste semejante catástrofe.

La actual y preocupante situación de la escuela y la universidad en Occidente, podrían remontarse a la Revolución francesa y a las ideas de Rousseau respecto a la libertad educativa que apostaba por la inexistencia de reglas enseñanzas o disciplina, o al desarrollo de sucesivas teorías y aplicaciones educativas. Posteriormente el Mayo del 68 francés fue el acontecimiento que, más ha determinado el devenir de las teorías y proyectos educativos en Occidente, cuya proposición ha sido más política que educativa, dando lugar a proyectos y leyes que astuta y gradualmente fueron vaciando de contenido y fundamentos la oferta del sistema educativo actual.

La politización educativa, la ideologización de la educación, dan la espalda al esfuerzo, la constancia y el respeto, que hacen libres, independientes, soberanas a las naciones. En este contexto, la supresión de la repitencia en la escuela secundaria, no hace más que reforzar y ser funcional al intencional deterioro de la educación impuesto por una agenda global  que nos pretende sosegados y acríticos.

La tarea educativa (tanto formal, no formal o informal) no requiere de misterios y sofisticaciones. Particularmente en el ámbito educativo, no se trata tanto de metodología didáctica como de recuperación de los verdaderos sujetos de la educación que están más allá los sistemas (el maestro, el alumno)  y el vínculo artesanal y creativo que supone la transmisión del saber.

Sin duda enseñar requiere de técnica (teoría y metodología) pero ambas subordinadas a la personalidad y a los ideales educativos del maestro. Nuestro problema es de recursos humanos y eso no varía cambiando estructuras y proponiendo innovaciones que nivelan para abajo. Sino recuperando “humanidad” en el trato personal y único de aquellos confiados a nuestro cuidado. Esa humanidad en el “maestro” supone comprensión, encarnación personal de los valores humanos de inteligencia, de voluntad, de corazón, de simpatía que permite inclinarse amorosamente a cada alumno (como ser en devenir) para abrirlo a todos los auténticos bienes de la vida. Esta humanidad se desarrolla mediante el ejercicio de las virtudes típicamente humanas, que resultan elementos fecundantes del arte de enseñar: Prudencia, Justicia, Fortaleza, Templanza.

El docente rico en humanidad y espiritualidad, no puede dejar de ser un apóstol, que vive en sí mismo y difunde la fuerza vivificante de las virtudes teologales:

Fe: “omnipresente y discreta”, que no impone pero suscita la necesidad de trascendencia;

Esperanza: que eleva los valores de esta existencia temporal y nos conduce a abrazar metas altas;

Caridad: entendida como ese amor creativo mediante el que Dios nos saca de la nada, permitiendo que veamos en los otros, criaturas de Dios y como tales los respetemos, amemos y socorramos.

Si bien me refiero al docente, no cabe duda de que esto cabe inicialmente para los padres, como los primeros y principales educadores. Los matrimonios cristianos debemos ser evangelizadores/educadores a través del ejemplo y el testimonio.

Cuanto más hostil sea el mundo a Dios, más debemos impregnar primariamente de “humanidad” las estructuras. Es la única resistencia posible al materialismo que nos rodea y nos asfixia. Un humanista ferviente devenido en cristiano militante, es un verdadero oponente a la cultura del hastío y de la muerte que impregna la sociedad.

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