El Programa Integrado de Humanidades que “hizo la diferencia”

En otro artículo que les compartí, hice una referencia inicial al Programa integrado de humanidades. Dónde en la década de 1970, en la Universidad de Kansas, tres profesores inauguraron un programa de Grandes Libros (Pearson Integrated Humanities Program, o PIHP) con una subvención del Fondo Nacional de Humanidades. A través de su estudio de la civilización occidental, varios de estos estudiantes se interesaron por la vida monástica y encontraron su camino a la Abadía de Notre-Dame de Fontgombault en Francia. Algunos ingresaron al noviciado (31), con la esperanza de ser algún día parte de una nueva fundación monástica en Estados Unidos (donde retornaron en 1999 para fundar el Monasterio de Nuestra Señora de Clear Creek en Oklahoma donde, en la actualidad, más de 50 monjes viven la vida benedictina siguiendo la liturgia latina tradicional). Un grupo aún más numeroso de los alumnos que se habían apuntado al programa, -una vez casados- se trasladaron a un pequeño pueblo de Nuevo México llamado Gallup, y formaron una comunidad de familias católicas.  Otros se dedicaron a sus profesiones en distintas partes de Estados Unidos y en otros países -influyendo en la sociedad civil-, formando familias numerosas en medio de la revolución sexual de la época.

La buena semilla del Evangelio sembrada por John Senior y sus colegas (Dennis Quinn y Frank Nelick) encontró tierra fértil y dio fruto en un mundo y en un ámbito tan descristianizado como el nuestro; pese a que el programa fue sentenciado al gradual olvido y cancelado por las autoridades administrativas de la Universidad.

Pero lo curioso, lo valioso a tener en cuenta para encabezar nuestra propia batalla cultural, es el modo en el que se desarrolló este proceso. Que no fue masivo, ni ruidoso, ni televisivo. Fue a través del silencio, la oración, la lectura de los clásicos, ofrecido por tres profesores que transformaron cientos de vidas con la propuesta. El resto se fue dando más allá de las instituciones, de corazón a corazón, por contagio…convirtiendo a muchos para que influyeran aun hoy positivamente en una sociedad anémica y anestesiada.

Es ese modo Divino de actuar, alejado del ruido y de la prisa, con un Dios que nos acaricia con la brisa y no nos sacude con el viento. Con un Dios que se manifiesta en el silencio, en la profundidad de nuestros corazones, cuando se nos entrena para esa contemplación –hoy abandonada- que nos pone a tiro de Dios.

El Programa y su éxito pusieron de manifiesto una gran realidad: y es que parte de la imposibilidad de las almas, corazones e inteligencias modernas para encontrar la verdad, radica en lo disfuncional de una vida aislada de la realidad, de una imaginación no desarrollada por el contacto con la naturaleza, la buena literatura, la ausencia y deterioro de un humanismo capaz de acoger la semilla y hacerla fructificar.

Los recursos humanos que egresan de nuestro sistema educativo formal están mayormente dañados, -excepto que espacios familiares o religiosos hayan intentado contrarrestar en algo- tan poco casual deterioro. Nos encontramos en situación similar pero acentuada a la que se encontraban estos profesores universitarios en los años 70: una cultura sumida en un relativismo cultural y un humanismo ateo, desorden mental, escepticismo, mermado sentido común y poco fecundado pensamiento lógico, cuestionamiento de lo absoluto, pérdida de valores universales y principios morales objetados. Individuos carentes de conocimientos y habilidades básicas de razonamiento, desconocimiento y negación de las realidades más altas (Fe); producto de los medios masivos de comunicación primero y de las nuevas tecnologías e la información después.  Presos de vidas fragmentadas, pensamientos interrumpidos.

En este contexto, también hoy, es imperioso combatir con la facultad del asombro la arrogancia pseudo cultural de nuestro tiempo. Se impone juntar los fragmentos de nuestra inteligencia para ver la realidad en su conjunto y con la profundidad que le confieren los grandes interrogantes existenciales del hombre. Hoy como ayer el reto es convertir la barbarie en civilización. Transitando la epopeya de rescatar a esta generación de un mundo escéptico.

Aquél programa que todavía nos interpela por sus resultados y vigencia, rescató los clásicos. Desfilaban –entre otros-  los textos de Platón, San Agustín, La Odisea de Homero, El quijote de Cervantes, poesía, música y mitos clásicos; adoptando la modalidad pedagógica de coloquio (o gran conversación). Volviendo a la importancia de la caligrafía, el aprendizaje del vals como símbolo de romance en contra partida al desenfreno de las residencias universitarias de la época. ¿Qué estoy sugiriendo? ¿Formar y vivir en comunidades endogámicas? Todo lo contrario apunta Senior ya casi al final de su libro “La restauración de la cultura cristiana”: “…Debemos seguir tranquilamente con nuestros trabajos y nuestros impuestos, redimiendo el tiempo mientras estamos en este mundo… Seguramente hay alguien leyendo estas palabras ahora mismo que, como Santa Margarita María y Santa Catalina Labouré, serán el alma de una renovación histórica aunque no lo sepan. En este mismo momento, en el mundo entero, María y sus ángeles circulan entre los hombres. Si le consagramos nuestro corazón, estaremos entre aquellos que harán la diferencia”.

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